“Panas son panas”, eso solía decir. Cuando hablaba de “panas” me refería a amigos. Lo que quería decir con ello era que no había posibilidad de relación amorosa cuando consideraba a un caballero como mi amigo. En esos momentos de mi vida hacía sentido; esa era mi verdad. Sin embargo, al pasar los años he descubierto que esa verdad realmente ha dejado de ser. Por mucho tiempo estuve huyéndole al amor y por esa razón se me hacía fácil aceptar esa excusa. Era más simple poner una barrera desde el principio y así evitar exponerme ante situaciones riesgosas.
Pasaban los años y no lograba construir una relación amorosa de manera exitosa con alguien. Lo asombroso es que pensaba que ellos tenían la culpa. “No se atreve a decirme que le gusto”, “Lo intimido”, “Quizás no le gusto lo suficiente”, “Si en realidad me quiere, me va a buscar”, “Es un cobarde”. Van entendiendo la historia, ¿no? Ellos eran los culpables de que yo no estuviera emocionalmente disponible. ¿Y a qué recurría? Exactamente, lo has acertado… panas son panas. Porque así no me rechazan, porque así no me hieren. Si bien todo ese cuadro te parece injusto es porque, sin duda alguna, lo es.
¿Qué pasa cuando dejamos una herida desatendida? No soy médico ni tengo un grado en biología, pero tengo muy claro cuál sería el peor escenario si me corto un dedo con una tijera mohosa y no curo la herida. Si dejo esa cortadura sin atender, al pasar los días se me va a infectar la herida. Si aun así sigo en delincuencia (sin ir al médico ja, ja, ja) porque es mejor pretender que no tengo dedo, se me van a afectar otras partes del cuerpo, y comenzará a empeorar la situación. Pues, así mismo son las heridas del corazón. Mientras más tiempo estamos sin trabajar con el problema, más delicada se pone la situación. Así como se afectan las otras partes del cuerpo, afectamos a los demás. Nuestras acciones son reflejo del estado de nuestro corazón. Actuamos de manera saludable cuando nuestro corazón está saludable.
La mayoría de las veces no estamos conscientes de que no hemos superado esas situaciones, y esa es la raíz del problema. Específicamente porque no sabemos qué es lo que estamos haciendo incorrectamente, por qué nuestras relaciones no progresan. Ignoramos los problemas hasta que la carga nos es demasiado pesada, y en ese momento decidimos que es tiempo de sanar. Pero… ¡sanar duele! Comenzar a sanar requiere valor, esfuerzo, tiempo, y hasta estar un poquito loco. Requiere valor porque tenemos que recordar momentos difíciles, y meditar sobre ellos. Requiere esfuerzo porque cuando hallamos la solución, ponerla en acción es sumamente trabajoso. Requiere tiempo porque son situaciones complejas que no podemos enderezar de la noche a la mañana (lamentablemente). Finalmente, requiere estar un poco loco porque no es lo usual. De cierta manera, vamos en contra de la corriente ja, ja, ja. Sin embargo, cuando sanamos comprendemos que no hay quién nos detenga; somos libres y libres para amar.
Lo hermoso de sanar es que nos volvemos a encontrar, vamos recobrando nuestra identidad (por decirlo de alguna manera). No somos los mismos, no hay vuelta atrás, y le encontramos un nuevo sentido a la vida. ¡Sanar es aprender a vivir! Sé que puedo ser un tanto optimista, pero lo afirmo nuevamente: ¡sanar es aprender a vivir! Es necesario exponernos a situaciones difíciles porque nos ayudan a crecer. Es necesario aprender a amar, a cuidar de los demás. El mundo necesita urgentemente que restauremos nuestros corazones, que restauremos nuestra autoestima.
Hace algunas semanas me preguntaba: ¿cómo enmendamos tantos corazones rotos? Todavía no tengo una respuesta certera, pero lo que sí podemos hacer es comenzar a enmendar el nuestro. Quizás, de esa manera logremos vivir en un mundo mejor.
Un beso cibernético,
Jolly Ann