Uno de los momentos más retantes de la vida es cuando nos encontramos con nosotros mismos. Es decir, cuando nos damos cuenta que nuestra percepción sobre nosotros es un “chin” diferente a la realidad. En esos momentos comenzamos un proceso de introspección, y analizamos lo que somos. Hay una herramienta de psicología cognitiva llamada: La Ventana de Johari. Esta fue creada para mejorar y hacer más efectiva nuestras relaciones interpersonales. La Ventana de Johari explica que tenemos cuatro áreas como seres humanos, y estas son:
- El área libre– en ella encontramos información de la cual estamos conscientes, al igual que las personas que nos rodean. Ambos estamos, por así decirlo, al tanto de nuestras virtudes y nuestras faltas.
- El área ciega– contiene información de la cual no estamos conscientes. En otras palabras, información que ignoramos por diferentes razones, pero que las personas más cercanas sí notan. Tales como, la manera en que hablamos, la manera que actuamos y demás.
- El área oculta– en esta podemos encontrar información que solo nosotros sabemos y las demás personas no están un tanto conscientes sobre ella. Algo así como una cajita donde guardamos los secretos de nuestra personalidad.
- El área desconocida– esta es el área en la cual ninguno tiene información. Es decir, ni el mundo ni nosotros estamos conscientes de ella. Por ejemplo, eventos de la infancia los cuales no recordamos, pero nos afectaron o talentos por descubrir.
Cada una es muy importante, pero quiero enfatizar el área ciega. ¿Por qué? Normalmente (o por lo menos en mis experiencias jejeje) cuando surge este evento de encontrarnos es porque alguien nos ha provisto algún tipo de retroalimentación sobre nuestras acciones o pensamientos. Nos asombra porque no estábamos conscientes de dichas acciones o no habíamos razonado el porqué de las mismas. En este momento crucial debemos tener en cuenta (por más raro que sea) que no nos conocemos completamente; todavía tenemos la capacidad de sorprendernos. Lo cual en mi opinión es hermoso, me encanta nuestra complejidad como seres humanos.
Hace unos días atrás estaba hablando con una amiga sobre mi eterna queja: cómo me debo comportar con los muchachos que me gustan (jajaja suena ridículo, pero es así). Entonces, ella me dice algo parecido a: “Tal vez tu misma te limitas”. Sin duda alguna, me chocó. ¿Cómo que yo misma me limito? ¿Por qué? Y lo más importante, ¿cómo puedo evitarlo? Mil preguntas pasaron por mi encantador cerebrito (jajaja), pero de pronto comenzó el proceso de aceptación. En efecto, sí me limito. Esto ya sea por mis creencias, valores, la cultura de mi país… en fin, todos esos componentes que me hacen ser. Mi intención no es echarle la culpa a la vida, sino que entiendas, mi querido lector, que aunque ya estamos “grandecitos” y tenemos nuestro carácter formado, tenemos la capacidad de cambiar lo que no nos gusta sobre él. No nos limita Y para eso necesitamos que nuestros amigos se sientan en la confianza de hacernos críticas constructivas. Para que nos brinden esa retroalimentación sobre nuestra persona que necesitamos si queremos mejorar nuestras relaciones con los demás.
Es necesario conocer nuestras debilidades porque de lo contrario, no podemos convertirlas en fortalezas. En cualquier relación que queramos entablar tenemos que modificar algunas cosas para poder coexistir. Claro, la decisión está en nosotros. Aunque dependemos de otros para conocer algunas de nuestras faltas, la decisión de cambiarlas es nuestra. ¡Cambiemos por nosotros, no por los demás! Porque la primera relación (después de la que tenemos con Dios) que debemos cultivar es la nuestra, la que tenemos con “yo”. Cuando logremos aceptarnos y amarnos, entonces, podremos cultivar relaciones sanas con los que nos rodean.
Un beso cibernético,
Jolly Ann