Durante mis años de adolescencia y los que llevo como joven adulto, me he percatado que para poder lograr las metas que nos proponemos, tenemos que tener claro lo que queremos. Esto es en TODO lo que queramos hacer en la vida (y cuando digo TODO es TODO). Me refiero al aspecto académico, profesional, personal, entre otros. Muchas veces nos encontramos en situaciones difíciles, en las cuales tenemos que elegir entre dos o más opciones y no sabemos qué hacer. Por ejemplo, ya pasamos nuestro primer año de universidad y nos damos cuenta de que la facultad que escogimos no es para nosotros. De igual manera, sabemos que no queremos estudiar esa concentración en específico, pero no sabemos en cuál nos queremos especializar. Esto es bastante común para nosotros los universitarios. Entonces, esto nos saca fuera de balance y no sabemos cómo afrontar este problema. ¿Por qué? Simple, porque no sabemos lo que queremos. No me malinterpreten, esto no quiere decir que es malo no tener nuestras metas definidas por algún tiempo. Lo que quiere decir es que en algún momento dado tenemos que decidir hacer algo al respecto. Es decir, es un buen momento para la introspección, para conocernos.
Normalmente, no soy de las personas que tiene este problema. Soy una de esas personas que es- como diría el americano (jajaja)- “goal oriented”, una persona que tiene claro lo que quiere y hace lo necesario para conseguirlo. Desde pequeña supe que quería ser abogada, pero estas metas se fueron definiendo con el paso del tiempo. Aunque siempre tuve una idea general sobre mis metas profesionales, académicas y personales; llegó el momento en el cual perdí la visión. Esto quiere decir que aunque tengamos nuestras metas claras y definidas puede llegar el momento en el cual *drumroll* se nos olvide. ¿Qué se te olvide? Sí. Ya sea porque estás envuelto en tres mil quinientas cosas distintas, por el estrés o simplemente la desmotivación. Ahora llegamos al punto que quería. Así como siempre supe que quería ser abogada, siempre he tenido claro lo que quiero en el amor. Naturalmente, en el amor se me hace más difícil estar enfocada en lo que quiero. Por esta razón, siempre tengo un meollo entre cuero y carne con el mismo (le pueden preguntar a mis amigas jajajaja). Recientemente, estaba pasando por ese momento de indecisión en el “laberinto del amor” y no me estaba gustando el cambio que veía en mí.
Les hago una breve historia. Conocí a un muchacho (toda buena historia comienza con un muchacho ¿verdad? Jaja) y dicho muchacho era guapo, honesto, gracioso… en fin, tenía muy buenas cualidades. Además de eso, me buscaba con frecuencia y estaba interesado en mí. ¡Cool! Cualquiera podía pensar: “Diache, Jolly debería estar tan agradecida porque ese muchacho la busca”. Pero durante todo este proceso me sentía desmotivada con el amor. Me explico, yo soy de esas nenas que- cuando les gusta un muchacho- les da maripositas en el estómago, se pone nerviosa y tartamudea. En esos momentos no me sentía así. ¡Todo me daba igual! Si me buscaba, si me texteaba, si lo veía o si no hacía ninguna de las anteriores, no me importaba. Inclusive, le llegué a comentar a mis amigas que estaba en un proceso de “desromantización”. Hasta que me fui cansando y comencé a re-evaluarme. Me fui recordando de lo que quería en una relación. Por ejemplo, para mí es importante conocer a la persona. Por eso creo mucho en las conversaciones de calidad. Esas conversaciones que son profundas y uno llega a conocer bien a las personas. Aunque él se comunicaba frecuentemente conmigo, las conversaciones eran algo así como vacías. Hablabamos, pero no nos estábamos conociendo y en ese momento me di cuenta de que eso mismo es lo que no quería. Por eso-y otras razones más- decidí dejar de hablar con el muchacho y seguir hacia adelante.
Quizás pueden pensar que fui tonta porque no quise darle más oportunidades o porque no le hablé sobre lo que quería. Pero la realidad es que esa decisión fue pensada y re-pensada. No quiero exigirle a una persona que sea lo que yo quiero; no es justo. Creo que ese es uno de nuestros problemas, queremos cambiar a las personas para que cumplan con nuestras exigencias. Lo que quiero enfatizar con este escrito es que a veces tenemos que tomar decisiones difíciles. Por eso es que necesitamos tener nuestras metas definidas y seguir enfocados en ellas. Debemos definir qué es lo que queremos y, así mismo, tenerlo presente en cada momento. Cada vez que percibo que estoy perdiendo el enfoque me hago unas preguntas claves: ¿Es esto lo que quiero? ¿Qué es lo que quiero? ¿Por qué me siento así? ¿Qué puedo hacer para cambiar esta situación? ¿Qué opciones tengo? ¿Vale la pena? Estas preguntas me ayudan a poner en orden mis pensamientos y así lograr lo que me propongo. En resumen, primero debemos establecer nuestras metas claramente. Luego, debemos detectar el momento en el cual nos estamos desenfocando. Por último, debemos tener momentos de introspección y re-evaluar dichas metas para poder seguir enfocados. Por eso, en estos momentos es cuando debemos ser egoístas. Es decir, ponernos primero. ¿Por qué? Porque con quien tenemos que vivir el resto de la vida es con nosotros mismos.
Un beso cibernético,
Jolly Ann
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